lunes, 29 de noviembre de 2010

Resilientes

Boris Cyrulnik

Un niño maltratado puede sobrevivir sin traumas si no se le culpabiliza"
Buen conocedor del ser humano y de sus mecanismos de supervivencia –él mismo escapó con 6 años de un campo nazi–, el francés Boris Cyrulnik nos cuenta cómo se puede construir una vida feliz desde una niñez desgraciada. Lo hace en su libro Los patitos feos.
Boris Cyrulnik es un hombre de físico imponente, sonrisa amplia y fascinante conversación. Le gusta el rugby, sigue la actualidad política, lee con la misma pasión con que escribe y acaba de publicar en España el libro Los patitos feos. Nadie diría que detrás de la pausada voz y la mirada cordial de este psiquiatra francés de 65 años se esconde un superviviente. Su vida es la historia de una redención: nació en Burdeos en el seno de una familia judía emigrada de Ucrania, y con sólo cinco años contempló cómo sus padres eran deportados y asesinados en un campo de concentración. “No es fácil para un niño saber que le han condenado a muerte”, recuerda ahora sin aparente amargura. Él logró escapar y comenzar una vida nómada que le arrastró por orfelinatos y centros de acogida. Era el típico caso perdido, un patito feo condenado a llegar a la edad adulta convertido en un maltratador, un delincuente o un tarado.
Pero no fue así. Cyrulnik conoció a unos vecinos que le descubrieron el lado afable de la vida, le trataron como a una persona y le animaron a estudiar psiquiatría. Hoy es feliz, adora a la familia que ha formado y se ha convertido en uno de los analistas del comportamiento humano más importantes del mundo. Él mismo encarna un ejemplo perfecto del tipo de lucha que defiende en su libro, bajo el término de resiliencia. El Diccionario de la Real Academia Española define este término de origen latino como “la resistencia de un cuerpo a la rotura por golpe”, pero para Cyrulnik significa mucho más: “la capacidad del ser humano para reponerse de un trauma y, sin quedar marcado de por vida, ser feliz”.



Tim Guénard


La historia de Tim Guénard es escalofriante y la cuenta en su libro «Más fuerte que el odio» (Gedisa, 2003). A los tres años, su madre lo ató a un poste eléctrico y lo dejó abandonado. Su padre le apalizó con frecuencia, aún lleva cuatro fracturas en la nariz consecuencia de los golpes. Pasó tres años en un hospital a consecuencia de esas palizas. A los siete años, entró en un orfanato. Nadie le quería adoptar y los responsables le maltrataban. Por un error administrativo, lo pasaron a un hospital psiquiátrico, y después a un reformatorio, en el que aprendió a ejercer la fuerza del odio y la violencia.
Un fuerte vínculo afectivo, la sensibilidad artística y una innata capacidad de superación, el amor, y el perdón, detendrán la rueda de este viaje en caída libre hacia la nada.
Tim afirma,”el hombre es libre de alterar por completo su destino, para lo mejor o para lo peor.
YO, hijo de alcohólico, niño abandonado, ha hecho errar el golpe de la fatalidad. He hecho mentir a la genética. Ese es mi orgullo.”
Con doce años de edad, sólo quería matar a su padre. En la calle vivió en bandas, fue violado, y le usaron en bandas de prostitución. A los 16 años,  por primera vez, una jueza le dio una oportunidad: un trabajo de aprendiz de escultor de gárgolas. Sólo a los 21 años se distanció de sus amistades violentas y se rodeó de amistades cristianas.
Se casó con Martine, educada en una familia estable, y tienen cuatro hijos que le han ayudado a madurar. Ahora dedica mucho tiempo a demostrar que «cambiar es posible», que un historial de violencia no tiene por qué decidir el futuro, que es posible aprender a amar.

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